12.19.2007

De aquí soy.

"Ahora que Dios me dio licencia de volver..."

Canción popular.


"...Nos queda el mar y un buen pescado que comer

a tu lado, y eso sólo será si vuelves, claro..."

E. Bunbury.


La ven a una y creen que es fácil. Después de cinco meses retacada en chilangolandia, después de un fin de semestre compartido con múltiples dolencias que oscilaron desde una gripa hasta el advenimiento de una muela del jucio; después de aventar las entregas académicas finales, de sufrir casi tres semanas de sobriedad, de aguantar el estrés del síndrome prevacacional en hordas de chilangos cuya condición per se es vivir en el encabronamiento, ya el Venadito está en Lost Mochis disponiéndose a disfrutar de un ameno y merecidísimo período vacacional.

Hace unos cuántos días yo ya estaba con maletitas hechas, dispuesta a emprender la travesía de 1800 km. que me separaban del rancho. El proyecto de la trayectoria constaba de las siguientes etapas:1) Irme a Toluca, 2) pernoctar ahí para estar a las infames 6 am del domingo, 3) tomar el vuelo que me llevaría a Culichi City, 4) ser pepenada ahí por un familiar que se irá al cielo por el hecho de llevarme a la terminal de autobuses a las 8 am, 5) abordar un camioncito de Culiacán a Lost Mochis. Pero no fueron enchiladas. Rafa, con el acomedimiento que lo caracteriza y su espíritu filantrópico ofrecióse a llevarme a la terminal (la neta no es cierto, yo le estuve chingue y chingue que me llevara, para no tener que atravesar media ciudad en metro con un maletón de mi tamaño). Como él es sumamente precavido, hizo averiguaciones previas y determinó que lo más sensato en un sábado de quincena era llevarme a la central de Taxqueña.


Ahi vamos los dos, yo histérica por el tráfico; él, íntegro e inmutable. Llegamos a la central, yo voy monísima como mujer de mundo con maleta y boina, pido un boleto a Toluca. Me contestan: 'mija, de aquí no hay salidas a Toluca, váyase a la central de Observatorio.' Sin perder la sonrisa, me dirijo a otra línea y pido lo mismo. Se ríen y me contestan que me cambie de central. Pregunté tres veces más antes de caer en el descontrol. Rafa me seguía pacientemente arrastrando mi maleta. Determinamos ir a la central de Observatorio. Presa de pánico, enfilamos hacia un rumbo inexacto, pues 1) él no sabía como llegar, 2) yo menos. Nos perdimos como tres veces o más, su jefe nos daba instrucciones por teléfono; cuando creímos que íbamos bien nuestra dirección era el aeropuerto, hicimos un montón de tiempo. Pedíamos instrucciones y las escenas recurrentes eran más o menos así:

-Venadito:(gritando desde la ventana, y con la vena de la frente saltada): 'Buenas noches, buen hombre, ¿Sería tan amable de indicarnos el camino hacia la Central de Observatorio?'
-Transeúnte: 'Usté váyase derechito pa'l lado contrario de viaduto, agarre todo viaduto para que se vaya más rápido, no agarre pa'l peri, y ahi va a ver luego luego.
-Venadito: 'Muchas gracias!' (dirigiéndose ahora a Rafa) 'Entendiste?'
-Rafa: (sonriendo): 'No.'


Horas más tarde, después de vueltas y vueltas a lo imbécil, después de una carga de gasolina y que Rafa se parara al baño, después de recorrer tres veces el mismo trayecto en direcciones contrarias, llegamos a la Central. Él nomás me aventó y se fue, para ese momento su compostura había desaparecido y maldecía la hora en la que se le ocurrió llevarme quién sabe a dónde. Yo abordé mi autobús y me olvidé del mundo. Llego a Toluca, todo transcurre primermundistamente hasta las 5.30 de la mañana del día siguiente, donde una de mis primas va y me deja en el aeropuerto; que a esa hora parecía central de autobuses de cuarta. Me encuentro al Ale, que da la nota de folcklore al momento crítico. Llego a Culiacán con el oído achicharrado (de chicharra, no de chicharrón); uno de mis primos -igualmente desmañanado- me pepena y me deja en la central para que yo finalice el último lapso de tres horas pa' llegar a Lost Mochis.


Llevo tres días aquí. Ya se me quitaron mis males, ya subí como cuatro kilos, ya mi carita se ve sonrosada y rozagante. El Venadito anda toda chiqueada y esponjosa con sus jefazos. Aquí ya se resuelve todo, y lo que no, no vale madre. Los lectores que no conocen este lugar idílico se preguntarán: ¿pos qué chingados hay? y los que ya conocen, me darán toditita la razón.


Ahi nomás pa' que se den un quemón: los hot dogs de Fátima, los tacos del Güerosidas, los aguachiles, mi Panzón de Oro y sus cenas gourmet improvisadas, el café de mi casa -en ningún lado sabe igual-, el cigarro que me fumo debajo de mi arbolón, los desayunos de mi jefa, los seis de ocho a cuarenta pesos de Pacífico, los callos de hacha rumbo a Bachomobampo, los ostiones que me intoxican del Maviri, los atardeceres en el latifundio, los amaneceres bien borrachos en la playita, el Crudalia, los desayunos con los compitas y las pedas también, Pictionary con la Fer, los folcklores de la Karla, mi perrito artrítico que siempre sale a saludar, las chelas de expendio y también las de aguaje, los tacos del Zurdo y del Chavo, el Popeye, el Pueblito y el Ranchero, las chips preparadas, las uvolas y las empanaditas del Oasis, cantar peda canciones del As de la Sierra, ls caguamas en el patio servidas en floreros, las tortillas de harina, el chilorio, etecé, etecé...


A la mera y en dos semanas ya estoy harta. No creo, pero ahorita, ando imparable.