9.20.2007

Tú pregúntame del Diablo.


Yo no tengo autoestima. A la mera tendré ego, pero autoestima jamás. Así que cuando recibo una invitación a comer por parte de un connotado doctor en Historia, nomás me dio un soponcio. Pasada la taranta, me acribillaron las dudas. Si ni soy inteligente, cuantimenos bonita, ¿cómo pa' qué chingados quiere perder su valioso tiempo conmigo si me ha visto tres veces en su vida?

No soy partidaria del culto al individuo, pero evidentemente hay personas a quien admiro. Y si las admiro, es porque también admiro su trabajo. Y si admiro su trabajo, es porque algo me han aportado. Y a muchas cosas que me han aportado, estoy consciente de que yo no puedo aportar más que pura chingada. Con lo aterrada que estaba, busqué varios artículos del doctor en cuestión y me los reventé nomás para no estar tan perdida en la conversación.Quedamos de vernos a X hora en X lugar; yo llegué antes y con tacones pa' ver si se me notaba el porte -que no se me notó más que pura madre: caminaba como pollo espinado y con riesgo de caerme cada tres pasos-. Me había llevado un texto para leerlo mientras esperaba, el cual era Pinturas Coloniales de Ánimas del Purgatorio; para ver si el título rimbombante me daba caché, pero no le entendía al texto en lo absoluto. Veo de lejos al doctor, guardo el libro que no me sirvió pa' nada y camino como mujer de mundo, sonriendo eléctricamente. Lo saludo y él me presenta con la persona que estaba hablando. Al momento en el que mencionó mi grado de maestría me sentí rete importante y externé con soltura mis sapientísimas opiniones con respecto a la afluencia de gente en la UNAM. La tercera persona se despidió y yo, al percatame de que cualquier metida de pata en la conversación corría únicamente bajo mi responsabilidad, me volví a sentir chinche. Llegamos al restaurante, yo me comportaba con toda corrección y le hacía preguntas en torno a tópicos importantes. Sabía que yo no podía aparentar saber cosas que no sabía, y me manejé con tacto sólo externando opinioncitas. Tengo la teoría de que él en algún momento se hartó de esa dinámica y comenzó a hacerme confesiones en cuanto a sus anécdotas de licenciatura.

Al momento en el que un reconocido investigador demonólogo (ansina es, eso trabaja: los demonios) confiesa su gusto por las telenovelas, pierde el porte, habla de sus desfiguros y se muere de risa con mis cometarios; considero prudente saltarme el café -para que la conversación no se vuelva una plática de café- y pedir cervezas.


La Borrega me dijo sabiamente alguna vez (pues todo lo que ella dice, lo dice sabiamente): 'Tu le agradas a la gente por tu espontaneidad para decir estupideces sin el menor asomo de pena.' Y así fue.


Antes de la segunda cerveza, ambos estábamos botados de la risa, contándonos la clase de verdades que se le cuentan a un perfecto extraño -o sea: la meritita verdad-, hablando aleatoriamente de demonios, chismes, muerte y muertos, pendejadas y gustos culposos, fracasos sin triunfos y triunfos que en alguna vida llegarán. En este inverosímil contexto nos cayó la noche, mientras él hablaba impetuosamente sobre su hámster fallecido. A ninguno de los dos se le notaba el ningún vestigio de ganas de irse; y cuando él se aventó el comentario de: 'hace muchísimo tiempo que no volvía a mi casa después de las nueve, y hace muchísimo más que no me tomaba una cerveza', yo me sentí entre halagada y culpable. Nos despedimos prometiendo escribirnos.


Ayer recibí un mensaje: 'Soy yo quien tiene que agradecer tu hermosa compañía.'


Sigo siendo la misma idiota de siempre. Pero me siento menos idiota cuando alguien se toma la molestia en que no me sienta idiota.

9.10.2007

Olas altas, olas grandes, que me arrastran y me alejan, cuando anclemos en Temixco quédense un ratito quietas...


"Ay, qué gusto de volverte a ver
saludarte y saber que estás bien."
Rigo Tovar.


Ni un pinche mensaje y ya era jueves. Así empieza mi despedorre tratando de irme a Temixco / Timbuktú sin saber qué pedo -¿Cómo pa' qué? Me había dicho el Mar. Es como si tu amá quisiera ir al Caudillos-. En esas andaba yo, golpeándome contra las paredes de mi cuarto cual rata en laboratorio de metadona. Suena mi telefonito, se me cae tres veces antes de contestarlo. No era el Mar, era mi prima para invitarme a pistear. Salí de mi casa dispuesta a tomarme una botella detrás de otra (de lo que fuera) pa' marear mi berrinche. En el bar el 76 me empanzé con dos caguamas al hilo, tuve hora y media para que se me bajara antes de compartir un doce con mi contingente. A esasa alturas yo estaba en ese estado vertiginoso en el que se oscila entre el encabronamiento, la tristeza, el desconcierto y mi peculiar neurosis. Me dejaron en casa mientras aún me comportaba y yo empecé sistemáticamente a mandar mensajes a lo imbécil, para ver quién chingados quería pistear conmigo. Comenzó la faceta número dos de mi vertiginoso estado: me entró la melodramática y me puse a hacer teatro de tal forma que no se escuche pero se note. En esas andaba, al borde de mi faceta número tres (dicha faceta consiste en escuchar "Relámpago" de Lila un promedio de 5 veces, tomarme igual número de caballitos de tequila -en realidad aguanto menos, pero hay que equilibrar-, mentarle la madre al de enfrente, meterme debajo de una mesa y vomitar. Nadie quiere que llegue a ese nivel) cuando llega Alba -mi roommate-. A mis dos frases y entre mis lloriqueos, me saca para que me tome otra cerveza. En cualquier otra situación esta desición hubiese sido catastrófica, pero yo sólo quería orearme y tener público para mi soliloquio. Albita se la rifó. Posee una sabiduría innata y práctica, en la que me dice lo pendeja que estoy con un tono tan dulce que dan ganas de que me diga pendeja siempre. Me aliviané a ratitos, pues las dos nos agüitábamos con la notable presencia de una mulatona, cuyas caderas y porte nos hacían sentir microbios, o estreptomises. Abandonamos el bar -proféticamente llamado Gato Macho, para esa hora maldita- y dos perrazos nos escoltaron hacia la casa, motivo por el cual me sentí menos miserable.




A la mañana siguiente ya me había hecho a la idea de quedarme retacada en mi casa el fin de semana, pero en esos altibajos de la cruda se me ocurrió que posiblemente encontraría instrucciones de viaje en mi correo. Lo reviso y encuentro una palabra:"Cáele." ¿Cáele a dónde? ¿A Cuernavaca, a Temixco / Timbuktú, a chingar a mi madre, a dónde? Mi pariente me sugirió, en base a su lógica brutal, que me fuera y pusiera en Cuernavaca letreros con la foto del Mar y mi teléfono para que me dieran información. Me dije: 'Total, el pinche Temixco / Timbuktú ha de tener cinco casas, una tienda y el CIE, ¿qué tan difícil ha de ser encontrarlo?' Duré así como hora y media, con mi mochila preparada en la mano y corriendo en círculos a lo baboso. Cuando decidí irme hasta el otro día, suena el teléfono y la pinche risa del Mar. Hasta la cruda se me olvidó. No le entendí nada, no me entendió nada, pero no sé ni cómo acordamos vernos en el centro de Cuernavaca.




Existen dos formas de llegar a la central de Taxqueña desde mi casa: 1) Tomando un camión que sale a dos cuadras y llegar en cinco minutos. 2) Tomar el metro, transbordar dos veces, recorrer literalmente media ciudad y llegar por lo bajito en una hora. A estas alturas yo no pensaba mucho que digamos y me incliné por la segunda opción. Al llegar a la central, opté por la línea de autobuses que llamara más mi atención (mis operaciones cognitivas son iguales a las de un niño de 3 años: algo rojo, algo brillante o que haga ruiditos es lo que determina mis elecciones). Quince minutos más tarde el Venadito estaba en un embotellamiento de viernes por la tarde. De México a Cuernavaca son 60 km, la misma distancia que de Lost Mochis a Guasave -nótese mis referencias: Mochis es la medida de todas las cosas- que se concreta como en media hora. Yo me reventaba casi dos horas entre curvas, nubes, verde, borreguitos y High School Musical, la película -lo confieso, la vi de a ratos, y qué-. Después de entrar a Cuernavaca -al pobre chofer ya lo tenía hasta la madre con mis preguntas- me devanaba yo en cuestionamientos cruciales: '¿Cuernavaca es nomás Cuernavaca o es Cuernavaca Chipital? ¿Encontraré pavorreales atropellados? ¿El Mar dónde me estará esperando?' Me bajé del autobús y salí de la central en chinga.




Nomás escucho: '¿Pa' dónde, mija?' volteo y ahistá. Generalmente hago descripciones de todo lo que se me atraviesa, pero con respecto a él creo que las descripciones están por demás; y con respecto a Cuernavaca, para mí fue ponerle forma y color a las cosas que ya me sabía de memoria -como el Cyber Gasso, con su logo de marcianito, del cuál no sé por qué extraño motivo siempre tenía la referencia- Caminamos, comimos, baboseamos y sobre todo hablamos. Me bajé el crudón que traía con un pozolazo, me sentía en Mochis y se me fue la tarde: Lo más sensato hubiera sido quedarse de fiesta en Cuernavaca, pero mi interés primordial era conocer Temixco / Timbuktú.




A bordo de la ruta 16, cruzando el Pte. Los Pollos (interprétese el Pte. como Puente o Presidente), a 5.5 km de Cuernavaca, está Temixco / Timbuktú. No era tan chiquito como pa' encontrar al Mar en medio del marasmo jugando con un perriro, ni tan grande como pa' alterarse. Llegamos a su casa, presentóme a su casera / madre putativa y me ladró su perrita Paloma Pamela. Desde donde estaba se ven los cerros, se escucha Mazzy Star, hay una gotera sistemática y caguamas de Corona. Quemé sin querer un libro, recibí el mapa de Jack Sparrow mandado por mi amá, me encontré en cada letrero y dormí como diablito. A la mañana siguiente, mientras yo me levantaba de buen humor corriendo hacia la ventana pa' ver si se veía el volcán, el Mar lloriqueba por dolor de garganta. Dibodobadito -diría el Germán, la perfección es un error. Fuimos a desayunar y de ahí de vuelta a Cuernavaca a realizar el tour que el Mar creía obligatorio. La iglesia del Calvario me gustó a medias -me quedé con la duda de quién es San Charbel-, la barranca de Amanalco me conquistó y me dí un costalazo en el puente colgante, aunado a la pena de que había gente y que me vio. En el mercado al que fuimos a que yo conociera los jumiles que jamás vi estuvimos a punto de ser descalabrados después del grito de: 'Aguas, güeros, ahí va el golpe.' Hartos de caminar y de folcklores, nos fuimos a arranar a un bar donde nos quedamos hasta que oscureció. De ahí nos fuimos a cenar y mi proyecto nocturno consistía en ir al Paradise at night, in Acatlipa's downtown. El Mar se me andaba muriendo. Total, iba a verlo a él, no al fino cubil del Paradise y con caguamas, lecturas autobiográficas que no son mías pero que hablan de mí, lagrimones ocasionales y certezas, yo fui/soy feliz. El domingo por la mañana mi anfitrión iba de mal en peor en cuanto a su enfermedad, yo sintiéndome chinche sin saber qué administrarle. No pensaba tirarlo a la basura -él exigía eso o cianuro- y pese a mis negaciones seguía aferrado a su papel de guía turísitico. Esta vez , como no podíamos ir muy lejos amietras existiera el riesgo latente de que el Mar se desmayara a la menor provocación, el recorrido fue por Temixco / Timbuktú. Fuimos al CIE (Centro de Investigaciones de Energía o algo así) donde el chambea-estudia-hace su tesis-alburea y es albureado- se hace pendejo-juega Runescape-socializa. Insisto, fue ponerle 3D a escenarios que ya me sabía de memoria (el Mar, desconcertado pensando en Google Earth o mi espeluznante memoria, me dijo: '¿¡Qué!? ¿¡Acaso estudiaste todo antes de venir!?'). Se acababa la tarde, yo pude haberme comportado punk y decidir regresarme hasta el día siguiente e ir directo a clases. Sin embargo, ya estoy grandecita como pa' andar de punk y decidí hacer las cosas decentemente.




El lapso horrible que precede a alas despedidas nos agarró en el caminito hacia su casa, entre sembradíos de flores, mientars nos escoltaba un mariposón despistado -me refiero a un insecto de gran tamaño, yo no le diría así a ninguna persona-. Sí , estaba triste ¿y qué chingados? Me trepo a la misma líne a de autobuses en los que llegué. Después de un rato de que me ganara la tiricia*, pensé que no me despedía por mucho tiempo de la tierra del Mago de Oz, pues sólo tengo que chocar tres veces mis zapatitos rojos (caracterizados en esta escena por la línea roja de los autobuses Pullman -siempre presentes en los mejores momentos-) y decir ders nou pleis laic mai pleis tres veces y en tres patadas vuelvo (manque sea por cuatro noches, si es que entienden mi tristeza). Al regreso no vi la película, pero cometí una nacada similar -cuando veía de lejos el mounstro de puntitos luminosos de chilangolandia- al cantar bajito: '...las luces de la ciudad me están deslumbrando, tú no estás y yo me enamoro de vez en cuando...' El caso es que llego, espero horas el autobús correcto y se acaba el viaje del venadito, pero no su faceta de Dorothy siete mares.




Inconvenientes: Quemé y derretí la resistencia para calentar agua, me quedé con ganas de escuchar el 7 mares, que siempre sonó en mi cabeza y me atacó un insecto -cuyo paradero y condición desconozco, pues se escondió en el anonimato- dejándome 6 heridas gigantescas. Qué le va uno a hacer.




*Tiricia: Dícese de tristeza crónica, en sinaloense. El verbo es atiriciar.

9.04.2007

No te la puedo dar, no te la puedo dar, que te puedes quemar, que es como la candela (tirirí).

Ah, cómo traigo pegue. Debo anteceder que esta aseveración no la aventé al aire (o a la red) nomás por nomás, sino en base a la impresión que las reacciones ajenas me provocan -y eso que soy retedespistada pa' darme cuenta de las cosas-. El punto es que la afirmación en torno al pegue que traigo, he traído o pueda traer, no deriva de una pedantería o soberbia exacerbada, sino de las inverosímiles demostraciones que he padecido.

Por otra parte, antes de empezar las narraciones competentes, hay que formular unas cuantas aclaraciones: como pendeja no soy (bueno, por lo menos no muchísimo) tengo la plena conciencia de que en Lost Mochis no trasciendo y que en Guanatos más o menos. Si ahora estoy en un sitio en el que el promedio de estatura es menor que el mío y el promedio de peso bastante mayor, creo que eso me da ciertos puntos de ventaja; no sobre los demás, sino sobre mi persona en otros lugares. Yo sigo perpleja no porque peque de modesta (que todos sabemos que no lo soy) sino ante el asombro del rating que me da decir 'soy de Sinaloa'. Ni más ni menos que la bonita noveda. Creo que el plus me lo da la reminiscencia general de las tortillas de harina, el sonidero tronidero del chilorio en comal y los burritos de mashaca. Todo chilango -como buen chilango que se precie, sobreestima los mariscos, el chilorio y la cerveza Pacífico, pero jamás cambiará su torta de tamal -y a mí no me gusta el huitlacoche-. Ni modo, la vida es así.

Se me aprecia por ser especímen distinto y norteño; y a la vez se me subestima por ser exactamente lo mismo. La referencia de 'donde empieza la carne se acaba la cultura' me causa ternurita y desconcierto, pero el alivio de que al acotar la carne no se refieren a la de mi persona. Por otra parte, Andresito -después de varias cervezas- me dijo sin reproche: 'Ustedes las del norte creen que pueden venir a desquiciar a cuanto chilango les pase por enfrente, nomás por güeras, broncas, guapas, sinceras y norteñotas.' Puso de ejemplo a Julieta Venegas y a Ely Guerra, por lo tanto no es mi caso. Si supiera que no soy güera; que en vez de bronca sólo soy parrandera, borracha y pendenciera; que en lo guapa me ayuda su subjetividad; que en vez de sincera salí más deslenguada que un perico de arrabal y que de norteña tengo nomás el acta de nacimiento, su mito aridoamericano desde su postura centralista se nos iba al puritito carajo.

Pero bueno, creo que me he alejado del tema que nos compete (ultimadamente, que me compete a mí, a ustedes nomás por morbosos)...

a) De los que sí.

Las representaciones en torno a mi pegue son de lo más sui géneris, que oscilan entre los tiangueros que ya mencioné, los chotas que me dejan subirme al metro sin pagar, los del puesto de frutas por el que tengo que pasar todas las mañanas y los sempiternos de las obras en construcción y/o talleres mecánicos. Hubo un señor ya mayor que por irme viendo golpeó su auto con la banqueta -me dio risa, halago y pena-. O el conductor de la combi que le prohibió un asiento preferencial a dos señoras y me lo dio a mí -me bajé de dicha combi gritando improperios y azotando la puerta-. Todos ellos alimentan la autoestima que no tengo y a su forma se agradece (menos, claro está, el de la combi).

b) De los que no.

Estas manifestaciones son más densas, pues se trata de la categoría en la que me agüita no gustar. No porque lo trate, sino porque ya existe un rechazo a priori hacia mi persona, en cualquiera de mis facetas. Como el chico zapatista al que le compro mi café todos los días antes de clase. Llega el Venadito toda jacarandosa, recién bañada, con la mascada y el cabello al viento. Le doy los buenos días y le regalo mi mejor sonrisa, la primera de la mañana. Él me ve con hueva. No claudico. Me da el café sin verme y yo le sonrío de nuevo y le digo: '¿me darías canela, por favor?' Me ve con más hueva. Entiendo que la revolución -la de él- le tiene sorbida la atención; pero me saca mi primera sonrisa y mi primer chingadamadre del día. Existe otro chico de mi clase del que me gustan sus tatuajes, pero le da miedo hablarme. O aquél que me encuentro a veces por los pasillos: de inmediato meto la panza, saco las nalgas, camino derecha con el tumbao que tienen las guapas al caminar. Acto seguido, me caigo, me tropiezo o alguien choca conmigo. El tipo no me ha visto más que en desfiguro. Ni modo. Qué le hacemos.

Diría el Mar: 'Qué pinche necesidad.'

En alguna ocasión mi artista favorito, Armando Ortuño, me dijo: '¿Qué tienes en la cabeza si crees que vas a encontrar el amor en el Caudillos?' -conocido y connotado bar gay de Guanatos-. No planeo encontrar el amor en chilangolandia, ni mucho menos. Pero pa' lo susceptible que ando, cada chiflido es un triunfo y cada rechazo involuntario de raza que ni me conoce se siente retegacho. Ah, cómo quiere que la quieran la pinche Venadito.

*Epílogo 1: Helicóptero y yo caminábamos hace tiempo por la calle de mi otrora casa y se me acerca un perrito bien simpático. Yo me entusiasmo y me pongo en cuclillas para saludarlo. El perrito de inmediato sale corriendo y llora. Helicóptero me dijo: 'Así son los weyes frente a tí.'

**Epílogo 2: Este post ya lo venía maquinando, pero hoy me decidí a redactarlo. De qué me orilló a hacerlo, ni pregunten, sólo diré que después de tomar la decisión iba caminando mientras escuchaba un sountrack impresionante: el Buki y Emmanuel. Chíngale.