12.12.2006

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Tanto ha llorado la muchacha de ojos amarillos, que se ha puesto negra como un trozo de hulla. Dice que le punza un astro bajo el seno, una avispa endemoniada tras la lengua. Y nos reclama, con un silbido lejanamente marino, su antigua condición de resina luminosa, su torrentera de ámbar. Nosotros, ya ebrios y aún más oscuros, no hemos reconocido su escama ni el tatuaje de azufre que nos muestra, como una prueba soberbia en la planta de su pie desnudo que semeja un pequeño corazón de cristal.

12.03.2006

Suprasensible.



Suprasensible, o de cómo chingarse a Kant.

En esta bonita imagen, tomada en la comodidad de mi hogar y bajo la tutela de mi Becario - me pregunto en esta clase de situaciones quién es becario de quién, si este niño me asesora desde la coordinación de mi vestuario hasta mis navagancias por la red-, les presento ni más ni menos que el archi conocido übersinnlich (übermezcal) Supra Mezcalito, directamente desde Tonaya, Jalisco. Este tremebundo aguardiente es lo que concierne a la facultad especulativa de la razón, pero de lo que no es posible ningún conocimiento. Mi Supra Mezcalito es, por tanto, el dominio de las Ideas de la razón pura, con todo lo que ellas implican para la vida moral del hombre. Algo me dice que esta bella imagen me depara algún futuro cierto en mi vida como filósofa, y en mis vicisitudes etílicas encontraré el consuelo - o de plano, pongo una mezcalería-. Detalle importante y contra indicaciones: favor de no tomarse para aliviar un augurado dolor de garganta. Recuérdese que lo suprasensible es lo sensible y lo percibido puestos como son en verdad. Y cito la fabulosa definición de 'certeza sensible': si sé que la mula es parda, es porque tengo los pelos en la mano. Consuma producto nacional.

Bishi Lunch.


Hoy por la mañana, no conforme el Santo Niño de Atocha con haberme mandado un dolor de garganta, me manda este bonito volante para que sea el tema de conversación de mi desayuno dominical. De nuestra amena tertulia, concluímos que ser homosexual, para la iglesia católica jamás será símbolo de status. Recordemos que ahora lo in es la pederastia. A una pareja, sea de la condición que sea, bien o mal, se le puede pagar. A un niño, no cualquiera. Si no me lo creen, pregúntenle a personas de mi entera confianza, por ahi tengo escondidos en el clóset a Carmelita y a Fidencito, para deleite propio y ajeno -evidentemente, pido discreción-; que también sirven para sostenerme los libros en sus santas cabecitas sin necesidad de que yo tenga que andar batallando. Si aún dudan los usos que se le puedan dar a estos lindos infantes, háganme favor de ver el próximo 12 de diciembre a nuestro gremio eclesiástico con todos esos angelitos designados a ésta y otras decorosas funciones. Uno de nuestros tertuliantes del desayuno se descosió en confesiones de esta índole -por cariño y respeto a mi Becario, me reservo su intervención-. Por ahorita, ya me callo. Ya estuvo bueno pa' un domingo en la mañana...

12.02.2006



En vista de mi poco notable estreno como poseedora de mascotas de calidad virtual (chingada madre, creo que estoy destinada a no tener una mascota nunca jamás en la vida, ni siquiera una ciber mascota), he decidido adoptar otra un poco más manejable. Mi estreno anterior fue con un puercoespín color verde bilis cuyo ostentoso nombre era Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalos; sin embargo, el parco programa no me permitió tales libertades e hizo lo que quiso con mi puercoespinsito. Ni modo. Ahora, propongo la votación con respecto a las siguientes mascotas de mi blog. Adoptaré una o las dos o ninguna, asegún. Lo triste es que, como nomás yo tengo acceso a esto, me temo que nomás yo votaré conforme a las gracias de mis nuevos adoptados. El gatito definitivamente se llamará Cosme Alcocer de las Altas Torres, y la arañita es ni más ni menos que Santa Sofía de la Piedad. Ya veremos que depara el destino... Por otra parte, creo que me está gustando más el status de blogger que de fotologer...
Después de mil intentos fallidos, incontables asesorías, la dudosa migración de las personas -hacia una mucho más dudosa fiesta- que me trataban de guiar en los desparpajados vericuetos de esta pinche nueva vida de blogger, esto parece que va tomando mejor forma... Por otra parte, me dedicaré en este bonito rato de ocio (que no debería de serlo) a probar, y probar, y probar hasta desesperarme y hallarle el sentido a esta piltrafita. Ahi vamos de nuevo...

Crónicas de mujeres que nunca seré...




Siempre creí que los narcocorridos mejicanos eran sólo canciones, y que El conde de Montecristo era sólo una novela. Se lo comenté a Teresa Mendoza el último día, cuando accedió a recibirme rodeada de guardaespaldas y policías en la casa donde se alojaba en la colonia Chapultepec, Culiacán, estado de Sinaloa. Mencioné a Edmundo Dantés, preguntándole si había leído el libro, y ella me dirigió una mirada silenciosa, tan larga que temí que nuestra conversación acabara allí. Luego se volvió hacia la lluvia que golpeaba en los cristales, y no sé si fue una sombra de la luz gris de afuera o una sonrisa absorta lo que dibujó en su boca un trazo extraño y cruel. –No leo libros –dijo. Supe que mentía, como sin duda había hecho infinidad de veces en los últimos doce años. Pero no quise parecer inoportuno, de modo que cambié de tema. Su largo camino de ida y vuelta contenía episodios que me interesaban mucho más que las lecturas de la mujer que al fin tenía frente a mí, tras haber seguido sus huellas por tres continentes durante los últimos ocho meses. Decir que estaba decepcionado sería inexacto. La realidad suele quedar por debajo de las leyendas; pero, en mi oficio, la palabra decepción siempre es relativa: realidad y leyenda son simple material de trabajo. El problema reside en que resulta imposible vivir durante semanas y meses obsesionado técnicamente con alguien sin hacerte una idea propia, definida y por supuesto inexacta, del sujeto en cuestión. Una idea que se instala en tu cabeza con tanta fuerza y verosimilitud que luego resulta difícil, y hasta innecesario, alterarla en lo básico. Además, los escritores tenemos el privilegio de que quienes nos leen asuman con sorprendente facilidad nuestro punto de vista. Por eso aquella mañana de lluvia, en Culiacán, yo sabía que la mujer que estaba delante de mí ya nunca sería la verdadera Teresa Mendoza, sino otra que la suplantaba, en parte creada por mí: aquella cuya historia había reconstruido tras rescatarla pieza a pieza, incompleta y contradictoria, de entre quienes la conocieron, odiaron o quisieron. –¿Por qué está aquí? –preguntó. –Me falta un episodio de su vida. El más importante. –Vaya. Un episodio, dice. –Eso es. Había tomado un paquete de Faros de la mesa y le aplicaba a un cigarrillo la llama de un encendedor de plástico, barato, tras hacer un gesto para detener al hombre sentado al otro extremo de la habitación, que se incorporaba solícito con la mano izquierda en el bolsillo de la chaqueta: un tipo maduro, ancho, más bien gordo, pelo muy negro y frondoso mostacho mejicano. –¿El más importante? Puso el tabaco y el encendedor sobre la mesa, en perfecta simetría, sin ofrecerme. Lo que me dio igual, porque no fumo. Allí había otros dos paquetes más, un cenicero y una pistola. –Debe de serlo de veras –añadió–, si hoy se atreve a venir aquí. Miré la pistola. Una Sig Sauer. Suiza. Quince balas del 9 parabellum por cargador, al tresbolillo. Y tres cargadores llenos. Las puntas doradas de los proyectiles eran gruesas como bellotas. –Sí –respondí con suavidad–. Hace doce años. Sinaloa. Otra vez la ojeada silenciosa. Sabía de mí, pues en su mundo eso podía conseguirse con dinero. Y además, tres semanas antes le había hecho llegar una copia de mi texto inacabado. Era el cebo. La carta de presentación para completarlo todo. –¿Por qué habría de contárselo? –Porque me he tomado mucho trabajo en usted. Estuvo mirándome entre el humo del cigarrillo, un poco entornados los ojos, como las máscaras indias del Templo Mayor. Después se levantó y fue hasta el mueble bar para volver con una botella de Herradura Reposado y dos vasos pequeños y estrechos, de esos que los mejicanos llaman caballitos. Vestía un cómodo pantalón de lino oscuro, blusa negra y sandalias, y comprobé que no llevaba joyas, ni collar, ni reloj; sólo un semanario de plata en la muñeca derecha.
Otra mujer, sólo que no supe cómo poner al imagen en el medio.

Mi abuela me contaba de niño la leyenda de una marquesita de doce años cuya cabellera le arrastraba como una cola de novia, que había muerto del mal de rabia por el mordisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros. La idea de que esa tumba pudiera ser la suya fue mi noticia de aquel día. Un perro cenizo con un lucero en la frente irrumpió en los vericuetos del mercado el primer domingo de diciembre, revolcó mesas de fritangas, desbarató tenderetes de indios y toldos de lotería, y de paso mordió a cuatro personas que se le atravesaron en el camino. Tres eran esclavos negros. La otra fue Sierva María de Todos los Ángeles, hija única del marqués de Casalduero, que había ido con una sirvienta mulata a comprar una ristra de cascabeles para la fiesta de sus doce años.