9.04.2007

No te la puedo dar, no te la puedo dar, que te puedes quemar, que es como la candela (tirirí).

Ah, cómo traigo pegue. Debo anteceder que esta aseveración no la aventé al aire (o a la red) nomás por nomás, sino en base a la impresión que las reacciones ajenas me provocan -y eso que soy retedespistada pa' darme cuenta de las cosas-. El punto es que la afirmación en torno al pegue que traigo, he traído o pueda traer, no deriva de una pedantería o soberbia exacerbada, sino de las inverosímiles demostraciones que he padecido.

Por otra parte, antes de empezar las narraciones competentes, hay que formular unas cuantas aclaraciones: como pendeja no soy (bueno, por lo menos no muchísimo) tengo la plena conciencia de que en Lost Mochis no trasciendo y que en Guanatos más o menos. Si ahora estoy en un sitio en el que el promedio de estatura es menor que el mío y el promedio de peso bastante mayor, creo que eso me da ciertos puntos de ventaja; no sobre los demás, sino sobre mi persona en otros lugares. Yo sigo perpleja no porque peque de modesta (que todos sabemos que no lo soy) sino ante el asombro del rating que me da decir 'soy de Sinaloa'. Ni más ni menos que la bonita noveda. Creo que el plus me lo da la reminiscencia general de las tortillas de harina, el sonidero tronidero del chilorio en comal y los burritos de mashaca. Todo chilango -como buen chilango que se precie, sobreestima los mariscos, el chilorio y la cerveza Pacífico, pero jamás cambiará su torta de tamal -y a mí no me gusta el huitlacoche-. Ni modo, la vida es así.

Se me aprecia por ser especímen distinto y norteño; y a la vez se me subestima por ser exactamente lo mismo. La referencia de 'donde empieza la carne se acaba la cultura' me causa ternurita y desconcierto, pero el alivio de que al acotar la carne no se refieren a la de mi persona. Por otra parte, Andresito -después de varias cervezas- me dijo sin reproche: 'Ustedes las del norte creen que pueden venir a desquiciar a cuanto chilango les pase por enfrente, nomás por güeras, broncas, guapas, sinceras y norteñotas.' Puso de ejemplo a Julieta Venegas y a Ely Guerra, por lo tanto no es mi caso. Si supiera que no soy güera; que en vez de bronca sólo soy parrandera, borracha y pendenciera; que en lo guapa me ayuda su subjetividad; que en vez de sincera salí más deslenguada que un perico de arrabal y que de norteña tengo nomás el acta de nacimiento, su mito aridoamericano desde su postura centralista se nos iba al puritito carajo.

Pero bueno, creo que me he alejado del tema que nos compete (ultimadamente, que me compete a mí, a ustedes nomás por morbosos)...

a) De los que sí.

Las representaciones en torno a mi pegue son de lo más sui géneris, que oscilan entre los tiangueros que ya mencioné, los chotas que me dejan subirme al metro sin pagar, los del puesto de frutas por el que tengo que pasar todas las mañanas y los sempiternos de las obras en construcción y/o talleres mecánicos. Hubo un señor ya mayor que por irme viendo golpeó su auto con la banqueta -me dio risa, halago y pena-. O el conductor de la combi que le prohibió un asiento preferencial a dos señoras y me lo dio a mí -me bajé de dicha combi gritando improperios y azotando la puerta-. Todos ellos alimentan la autoestima que no tengo y a su forma se agradece (menos, claro está, el de la combi).

b) De los que no.

Estas manifestaciones son más densas, pues se trata de la categoría en la que me agüita no gustar. No porque lo trate, sino porque ya existe un rechazo a priori hacia mi persona, en cualquiera de mis facetas. Como el chico zapatista al que le compro mi café todos los días antes de clase. Llega el Venadito toda jacarandosa, recién bañada, con la mascada y el cabello al viento. Le doy los buenos días y le regalo mi mejor sonrisa, la primera de la mañana. Él me ve con hueva. No claudico. Me da el café sin verme y yo le sonrío de nuevo y le digo: '¿me darías canela, por favor?' Me ve con más hueva. Entiendo que la revolución -la de él- le tiene sorbida la atención; pero me saca mi primera sonrisa y mi primer chingadamadre del día. Existe otro chico de mi clase del que me gustan sus tatuajes, pero le da miedo hablarme. O aquél que me encuentro a veces por los pasillos: de inmediato meto la panza, saco las nalgas, camino derecha con el tumbao que tienen las guapas al caminar. Acto seguido, me caigo, me tropiezo o alguien choca conmigo. El tipo no me ha visto más que en desfiguro. Ni modo. Qué le hacemos.

Diría el Mar: 'Qué pinche necesidad.'

En alguna ocasión mi artista favorito, Armando Ortuño, me dijo: '¿Qué tienes en la cabeza si crees que vas a encontrar el amor en el Caudillos?' -conocido y connotado bar gay de Guanatos-. No planeo encontrar el amor en chilangolandia, ni mucho menos. Pero pa' lo susceptible que ando, cada chiflido es un triunfo y cada rechazo involuntario de raza que ni me conoce se siente retegacho. Ah, cómo quiere que la quieran la pinche Venadito.

*Epílogo 1: Helicóptero y yo caminábamos hace tiempo por la calle de mi otrora casa y se me acerca un perrito bien simpático. Yo me entusiasmo y me pongo en cuclillas para saludarlo. El perrito de inmediato sale corriendo y llora. Helicóptero me dijo: 'Así son los weyes frente a tí.'

**Epílogo 2: Este post ya lo venía maquinando, pero hoy me decidí a redactarlo. De qué me orilló a hacerlo, ni pregunten, sólo diré que después de tomar la decisión iba caminando mientras escuchaba un sountrack impresionante: el Buki y Emmanuel. Chíngale.

3 comentarios:

Garnacher dijo...

Tú eres mi mamita rica y apretadita!

Y ya te la sabes, a todos diles que sí pero no les digas cuándo ;)

B. Rimbaud dijo...

Hermosura, le dejo un consejo, espero le sirva:

"Usted camine con porte, lo demás se le dará por añadidura..."

Yo soy el venadito dijo...

Marcuse: Así le dije a usted y la que sigue penando soy yo. Y yo soy lo que usted quiera que sea.

Berimbaud: No me canso de zarandear la caderita. Con el porte le sigo batallando. Ensayaré más. Se le quiere