8.28.2007

Me ganó la emoción.



De weekend en Toluca ¿Como pa' qué? Ni pinche idea. A donde me invitan voy. Evidentemente, si me invitan a Groenlandia, no me voy a ir a Groenlandia; pero de quedarme aquí extrañando al familió sinaloense y llorando por mariscos, mejor hago cualquier otra cosa. Y ahí va el Venadito, cruda y todo de Copilco a Centro Médico, de Centro Médico a Tacubaya, de Tacubaya a Observatorio; fingiendo que no se pierde pero sí que se perdió -en Tacubaya anduve como babosa caminando en círculos, me hice la occisa y mejor pregunté a un intendente-. Al llegar a la terminal, me subo al autobús que me indican y me arreplano pensando que ni estaba indispuesta ni mareada, haciendo un esfuerzo ingente por no vomitar. No me pude dormir y ahí voy con la nariz en el vidrio tratando de hacer llevadero un trayecto inexacto. En la Marquesa vi una estatuota demencial que expresaba a un cocinero (con gorrito de chef y todo) sosteniendo en una mano un pescadón -asumí que sería una trucha, en base a los letreros- y en la otra algo que no me quedó claro si era conejo, perro o hurón. La raza tiene la misma duda con respecto a mi tatuaje, así que me quedé horrorizada el mínimo tiempo necesario y me puse a desvariar en otras cosas.



Al entrar a la ciudad y empezar a cometer estupideces que por desconocimiento de causas no trascendieron -como el hecho de bajarme del autobús 5 km. después del restaurante al que tenía que llegar, posterior a haber pasado a media cuadra del mismo-. Llegué al evento familiar, y por favor, olviden una descripción del dueto Pimpinela con referencia al evento. No me recibieron con la tambora, ni con mariachi, ni con coro de niños (reitero: favor de no relacionar el evento familiar con ninguna canción de Pimpinela). Somos y componemos una singular, antisolemne y variopinta familia. Todos hemos desarrollado la ya de por sí capacidad genética de sostener seis conversaciones simultáneas, juzgar al prójimo sin ningún criterio ni autoridad, comer durante horas y horas; todo eso mientras sistemáticamente notas que pese a la diversida' (sic) se comparten tics nerviosos y manías -excepto la de un primo político que no se por qué incuestionable motivo se empeña en usar sempiternamente calcetienes rojos. Me da pánico-. Reventéme como siete cuartitos de Pacífico en minutos, a lo que posteriormente volvió mi escasa tendencia a la mesura, antes de que el tópico de la conversación fuera mi dipsomanía.





Cuando la raza empieza a hablar del clima se acaban las conversaciones, así que obedientemente y toda sonrisas dejé que se me condujera a la casa en donde me iba a hospedar. Ya estando ahí me puse a averiguar si habría alguna inofensiva actividad en la cual no me sintiera que estaba valiendo puritita madre. Atendí conversaciones (sin participar), leí (sin fumar), deambulé (sin socializar). En suma: nomás me hice pendeja. A una hora más o menos temprana de la noche, cuando descubrí que las páginas de lo que leía hacían ruido y mi respiración también, me fui a dormir para hacer un escándalo diferente. Tengo la teoría de que cuando uno está en casa ajena trata de enrolarse a las actividades de donde se es huésped. Así que me dispuse a desayunar en familia y al apersonarme en el comedor mientras sostenía mi tacita de café disimulando mi característico mal humor mañanero, empiezan el argüende. la conversación gira en torno a mis hábitos nocturnos: Que ronco. Que rechino los dientes. Que hablo. Que respiro chistoso. Que válgame la chingada -pensé yo, nunca lo dije-. La plática cambió sobre nosequé, una tía política -con ojos de Pato Purific (empiezo a crear un subconjunto de señoras con esa característica)- se empeñaba en evidenciar que es un ser inquisitorial (tanto ideológica como cronológicamente). Los anfitriones mediaban y el Venadito convertido en Sor Georginácea Escolástica, Virgen de la Soledad y de los Remedios -pues aquí los milagros no me servían más que pa' pura chingada-; sonriendo dulcemente y entornando los ojitos en un silencio que era lo más parecido a la corrección. Creo que mi tic nervioso en el párpadio derecho fue imperceptible.





Después de una serie de eventos que sacaron a flote la estima que le tengo a mis primachos, la socialité de mi sobrino y la insuperable capacidad de adaptación de todos menos de mí, decidí que si quería familia, pues ahí la tenía pa' saciarme. La actividad posterior fue recorrer Metepec buscando queso de puerco en tompiate. Con esto haré las debidas aclaraciones: ¿a quién chingados le gusta el queso de puerco? Ni a mí, aún con lo atascada que puedo ser; cuantimenos después de saber su proceso. Después de recorrer cada carnicería de Metepec, buscando el representativo y nutricional souvenir, entregan una madre enorme a la que yo confundí con la tabla de picar del carnicero, envuelta en un petate, el petate envuelto en papel y el papel envuelto en plástico. El queso de puerco en todo su esplendor, no lo probé ni por estudio antropológico.



Por la noche, mi sobrino tenía un bonito y juvenil evento, auspiciado por un pariente de Slim (qué pequeño es el mundo, chingao). Le agradecí que no insistiera en requerir mi presencia -me imagino que la sensatez que lo caracteriza (a mi sobrino, no al Slimpariente) le advirtió mi enorme propensión al desfiguro-. Minutos más tarde, ocurre la llamada salvadora: mi mellizo, la güerita perversa, los bucles más lindos que los míos, cófrade de borracheras y desvaríos, ni más ni menos que Luque me invita a una peda en honor a su hermanita. Tras minutos de un semi arreglo, siguieron casi tres cuartos de hora de trámite: que si quién es, que si de quién es hijo, que si dónde es, que si me llevan, que cómo que me quiero ir en taxi, que si mejor en radiotaxi, que si me pierdo, que si me mojo si llueve, que si a qué horas, que si conozco el sitio, que si no. Después de haber cubierto los trámites básicos (mostrar títulos nobiliarios del amigo en cuestión, dejar números de teléfono correspondientes, con el anexo al número de la extensión telefónica del Procurador, hacer un semi strip-tease para mostrar que iba lo suficientemente abrigada), me encamino al evento esperando ponerme soberanamente borracha antes del toque de queda respectivo.



Cuando llego, la reunión era lo que me esperaba: pisto en cantidades obscenas, dieciochoañeros poniéndose hasta la madre, niñas bailando reggaetón arriba de las mesas. Creo que yo era la de mayor edad. Total, me dio gusto ver a Luque y traté de portarme como un ser sociable. Mi mayor desacato fue tirar con el bolso un envase accidentalmente, pero pasó desapercibido en medio de las tropelías ajenas. A las dos horas media fiesta ya había vomitado. Cambié mi dinámica de tratar de platicar por la de cuidar borrachos. En medio de tanto desgarriate, alguien se acomidió a llevarme a la casa de mi parentela (no sin que antes el acomedido conductor vomitara largamente). A la mañana siguiente, desayuno cruda, me despido de mi parentela y me regreso al Chilango.
Lo que es no tener nada que hacer.
Es pertinente agradecer a quienes amablemente me recibieron, a mi primacho que me compartió fórmulas y el escuchar a Sabina en silencio, a mi sobrino camaleónico, a mi capricorniana, venerable y polémica tía favorita, a Luque por confiar en que no iba a asesinar a nadie y por empeñarse en hacerme creer que no lo quiero; y a Isra, el único de los mencionados que va a leer esto, por ser mi lector cautivo y convencerme de que este bendito vicio de contar mis pendejadas tiene algún sentido. A ustedes también, nunca bien ponderados lectores casuales.

2 comentarios:

B. Rimbaud dijo...

Pues aquí estoy mi Gina, con el mariachi que no le llevaron (que grosería!) y arránquense'n:

"...Relámpago en el cielo trae mucha electricidad..."

y también le traigo banda:

"...soy del mero sinaloa, donde se rompen las olas..."

Le mando saludos, aquí seguimos en el folklore que ustedn nos enseño....

Yo soy el venadito dijo...

Rumbarimbaud: Hay que seguirle buscando a uno que ande solo, y que no tenga marido, pa' no andar comprometido. Gracias por la serenata. lo quiero siempre.