10.09.2007

Protocolos.


Quiero comenzar otra de mis crónicas inútiles abriendo parte del anecdotario:

Como todos saben (y los que no, pues deberían), mi ascendencia paterna radica en un pueblo olvidado de la mano de Dios, llamado Mansera (al modo de Macondo, pero con menos raza; y la que tiene el papel de Úrsula Iguarán es mi abuela y esta sí que no se muere). En esta población tan sui géneris donde mi folcklórica estirpe ha constituido su imperio, el hecho de que mi familia conserve la hegemonía se ha establecido a punta de carácter y machetazos -en ese orden-. El caso es que cuenta la historia -quien lo dude remítase a las fuentes, aquí no venga a chingar- que como mi familia era (y es) bastante connotada como para ser parte de algunos desbarajustes del rancho, las hermanas de mi padre se casron decentemente. Menos una. La costumbre en este pintoresco sitio consiste en que en vez de que haya boda, casorio y/o enlace matrimonial, el novio en cuestión se roba a su pareja -la mayoría de las veces con el consentimiento de ella-; y posteriormente se llegaba a un acuerdo entre las familias de los jóvenes involucrados. El caso es que mi parentela, como es la pura distinción y por el respeto del cual goza en estos lares, el hecho de que sufriera un desacato por el estilo era técnicamente inconcebible.

El evento del cual hablaré se da en este contexto: surgió en el momento en el que una de las hermanas de mi padre, un día que se encontraba caminando orondamente por los alrededores del pueblito, fue raptada por su prometido. El personaje en cuestión pasó por alto el status de la familia Díaz, y lo que era más grave, la cabronez característica de dicho clan -incluyendo a su prometida-. No se supo si fue más alarmante el rapto en sí o el hecho de que se necesitaran tres individuos más -aparte del novio- para poder llevarse sin violencia a la jovencita, pues ella sí hacía gala de un lujo de violencia excaerbado. Estas cuatro personas consiguen llevarse a mi querida tía a la casa del contrayente, y fue tal el alboroto causado por el despotricamiento de ella, que de inmediato el suceso llegó a oídos (y retumbó en las casas) de todo Mansera City.

En un santiamén mi abuela, mujer de armas tomar pero con un paradójico sentido de la diplomacia, se dirige a casa de la familia del novio raptor para: poner las cosas en orden, preguntarle a su hija si se quería casar y dejar a los implicados en su lugar. Mientras esto ocurría, otro de los hermanos de mi padre se manejaba en un plano similar, sólo que con técnicas más efectivas y con la firme intención de cumplir el protocolo correspondiente: con machete en una mano y pistola en la otra, enfila a buscar al culpable novio de su hermanita para terminar de partirle la madre sin intermediarios; y si no matarlo, preferentemente caparlo.

En ningún momento armó el escándalo apropiado, pero era (y sigue siendo) vox populi la clase de represalias intrínsecas a la creatividad, imaginación y espíritiu chingativo de mi familia. En este caso, se requirió de medio pueblo para disuadir (y someter, pues desarmarlo nunca pudieron) a mi honorable pariente.

Y como esta clase de situaciones, hay un montón más.

Si a esto a mis lectores les parece exagerando, Fray Diego Durán me respalda: "Yo cuento lo que me parece ser más verdad." Si les sigue pareciendo descabellado, chíngense.

Lo que yo no entiendo es que, con este tipo de antecedentes, se me pida A MÍ compostura en determinados escenarios.

De manera general, acostumbro comportarme, recurrir al diálogo, a las buenas costumbres, a la conciliación; a toda esa pinche bola de detalles que según el Manual de Carreño me constituirán como ser humano. Pero, si genéticamente estoy negada a reaccionar de forma civilizada y me brinca lo tribal , ¿por qué chingados tengo que comportarme como la gente?

Aquí van una serie de contingencias que me dedicaré a explicar:

a) Daños a terceros.

Mi poder mutante consiste en contagiar mi estado de ánimo a cualquier persona que esté a mi alrededor. Y aunque no lo crean, a veces me agüita. Sin embargo, esto opera a un nivel inconsciente, y mi plan no es hacer sentir mal a la banda. Con todo, en estos arranques de mal humor nadie ha salido lastimado, ni siquiera en mi ritualista quiebre de caguamas. A lo que me refiero es que si en verdad quiero chingarme a alguien, me tomo la molestia de que los únicos implicados seamos el ente a chingar y el ente chingante -léase yo-. Ya si por extensión hiero susceptibilidades o físicos ajenos, pues ya será porque la correspondencia fue causada por la metichez.

b) Todo ser humano merece respeto.

Estoy completamente de acuerdo con ello. Pero, el Venadito agregaría: 'todo ser humano merece respeto hasta que deja de merecerlo.' La fanaticada se preguntará: '¿y cuándo deja de merecerlo?' Yo responderé: 'Pues hasta que me faltan el respeto a mí.' Hay una interminable gama de formas, palabras, actitudes, acciones, reacciones y coacciones en las que la pinche gente puede pasarse el respeto que me debe por el arco del triunfo. Con la pena, pero ahi sí vale madre y llueve mole.

c) Un día me van a partir la madre a mí.

Esperemos. A ver si así agarro cría*. Pero si al pobre de Diosito, que de sus 10 mandamientos he roto 11 y ya es hora de que no hace nada, raza que por mucho menos de eso se me alebreste, ya son mamadas. Si yo me pongo violenta y rejega, dentro de mis parámetros es porque tengo una buena razón; si la otra persona también tiene sus motivos, pues adelante y a ver de a cómo nos toca. De ser omnipotente y misericordiosa, prefiero creerme omnipotente.

¿Que todos los argumentos anteriores tienen inconsistencias, están mal planteados, carecen de fundamento y/o se contradicen? Pues claro. Recuérdese que yo me manejo en base a una lógica brutal. Y para cerrar esta sarta de sandeces, concluiré con el único argumento sensato, emitido por Paquito (a) Tlat, sobrino del Mar: 'Péguenle, mejor.'

Ya ando afilando el machete, y ya lo estoy necesitando. Pésele a quien le pese y excítese quien se excite.

4 comentarios:

Garnacher dijo...

Me pregunto cuántas personas más se sintieron amenzadas.

Yo soy el venadito dijo...

Margarnachermar: Si la amenaza no es pa' usted, corazoncito, como voy yo a creer que se la crea. Su merced nomás quítese para que no le salpique antes de que empiecen los trancazos, y no le toque ni un chingazo.

Anónimo dijo...

no hagas post tan largotes

Yo soy el venadito dijo...

Manuabraxas: Arre pues.